Hace ya bastantes años quería yo irme de Erasmus a Inglaterra y a mis veintiún años intentaba convencer a un administrador de la Facultad de Letras de Ciudad Real de que era una experiencia que no tenía precio en la vida de cualquier estudiante. Yo no entendía por qué universidades como la de Alcalá de Henares tenían su programa Erasmus y nosotros no. Me gradué sin haber disfrutado de tal experiencia y ahora, después de muchos años de vueltas por el mundo, he tenido la suerte de tener en el IES Julián Zarco profesorado implicado en este tipo de movilidades, profesorado al que agradezco profundamente la experiencia de haber realizado este curso de italiano en abril de este año.
Mi viaje a Italia comenzó el 2 de abril. Para enero ya había estado haciendo mis preparativos. Reservé el curso de italiano en una de las escuelas de italiano de Roma que mejores referencias tenía, la Scuola Leonardo Da Vinci. Compré también el vuelo on-line y reservé alojamiento en booking.com un tranquilo y asequible hotel en Trastevere, Villa Riari. La verdad es que no estaba nada nerviosa antes de viajar. Uno de mis hobbies más preciados es coger un avión y ver mundo, da igual al país al que vaya. Era la quinta vez que viajaba a Italia, mi tercera vez en Roma. La mañana del 2 de abril salí de Mota y llegué a la T4 de Barajas. Intenté localizar a unas primas que trabajan en un restaurante de la T4, pero sin éxito. Consulté mapas, repasé la ubicación de la escuela y del hotel. Desde Mota familiares conocedores de la capital italiana me mandaban información sobre lugares de interés en Roma e itinerarios que habíamos hecho años anteriores. La aplicación Whatsapp estaba que ardía. Llegué a Roma con Iberia sobre las 6:30 de la tarde y cogí un tren regional FL1 desde Fiumicino a la estación de tren de Roma Trastevere. Una vez hube llegado a Roma Trastevere, cogí un tranvía a Piazza Belli y desde allí fui sorteando todo tipo de callejuelas hasta llegar a mi destino.
No puedo describir la sensación que tuve al contemplar aquella noche el Vaticano y el Castel Sant´ Angelo iluminados desde el Ponte Garibaldi. En ese momento sentí que ninguna otra ciudad se podía comparar con el encanto mágico y milenario de Roma. Ni Nueva York, ni Londres ni la Ciudad de las Luces podía superar ni lo que Roma representaba ni su belleza eterna. Cuando llegué al hotel, el personal fue amabilísimo conmigo. Hablé en italiano con frases entrecortadas con la falta de confianza de un estudiante que no tiene una gran competencia en el idioma.
Al día siguiente, bajé a desayunar puesto que este hotel ofrece alojamiento y desayuno a precios muy razonables y marché para Piazza dell´Orologio donde estaba mi escuela. Debía hacer la prueba de nivel a las ocho y media de la mañana. Allí estábamos unos 30 estudiantes haciendo el test escrito y después nos esperaba el oral. Llegado el momento, usé palabras en italiano, pero también en inglés y alemán. Es lo que te pasa cuando tienes más conocimientos de otras lenguas. Bueno, no debí hacer el test de entrada horriblemente mal ya que me pusieron en una clase de B1. A las 10 y media aproximadamente nos dieron un breve descanso y volví a clase a las 2:15. Todas mis clases iban a ser de 14:15 a 17:30. Mamma mia! ¡Y además iba a pasar así la Semana Santa! En fin, hay que tomarse las cosas como bien. En la Scuola Leonardo da Vinci no te garantizan que puedas cursar tu nivel por
la mañana, así que había que asistir a la hora que dijesen. Cuando llegué a clase, estábamos un abogado alemán de München, un estudiante de ópera de Corea del Sur, una profesora de literatura feminista de una universidad americana, y un quiropráctico emigrado de Vietnam a Francia y residente en Montpellier. Progresivamente con el pasar de los días aumentó la familia: unos recién casados americanos y recientemente graduados, un estilista francés, una estudiante de diseño venezolana, una profesora de universidad alemana y un joven sacerdote roquero filipino que estaba haciendo una parada en Roma antes de partir para Tierra Santa. Wow! Estaba yo ya en mi salsa puesto que llevaba viajando continuamente al extranjero desde los 19 años y esos son muchos años de viaje y experiencias a cuestas. ¡Cómo echaba de menos ser estudiante! En esas dos semanas que transcurrieron, la verdad es que aparte de las horas de clase, nos asignaban tareas de vocabulario y gramática para casa que podían llegar a ocuparte toda la mañana. ¡No es broma! Y la verdad, es que teníamos una profesora que era única en sus explicaciones y nos exigía bastante. Me metí una vez más en la piel de mis estudiantes a los que les cuesta el inglés. Poco a poco fui mejorando con mucho esfuerzo. No hay aprendizaje sin esfuerzo. De eso no hay duda. Fueron pasando los días.
Salía del hotel después de desayunar y me gustaba tomarme un cappuccino en cualquier café del Corso Vittorio Emanuele II. Allí hacía mis tareas y pasaba parte de la mañana. También me gustaba a veces hacer una paradita por Il Delfino, un restaurante asequible para tomar un refresco. Al mismo tiempo entraba en la Librería Feltrinelli o comía en Alice Pizza (mi pizza favorita) antes de ir a la escuela. Después de clase, a veces tomábamos un café en Piazza Navona o cerca del Pantheon de Agrippa, o bien regresábamos a Trastevere a tomar un bien merecido refresco y snacks.
En fin, así transcurrieron dos semanas. Visité el Vaticano, Castel Sant ´Angelo, Piazza Navona, Campo de´ Fiori, Basilica di Santa Maria in Trastevere, Santa Maria in Vallicella, el Pantheon de Agrippa y muchos otros lugares de interés, pero sin duda, con lo que me quedo es con aquella extraña pero maravillosa confluencia de culturas que a mis compañeros de curso y a mí nos unieron aquellos días. No sé si seguiremos en contacto. Espero seguir en contacto con al menos dos de ellos. Pero la experiencia de vivir algo así es única, os lo digo. Conocer e intercambiar opiniones y vivencias con tantas personas y de tan diversos lugares del mundo te enriquece. Esta vez fue la lengua italiana, la de aquellos habitantes del Lazio, nos unió. Como dicen por ahí: “ En gran medida somos el resultado del intercambio de ideas y experiencias con las personas con las que nos encontramos en nuestra vida, por eso cada uno de nosotros somos tan únicos. ¿Hay algo mejor para enriquecer nuestras vidas y nuestros pensamientos que con este tipo de Proyectos Erasmus? Lo dudo. Hay un dicho que aprendí de un colega americano que reza: “Quien solo habla un idioma, ve el mundo con un solo ojo”. Así pues, felicitemos al Programa Erasmus por sus treinta años de historia y de fomento de las lenguas, y esperemos que continúe para proporcionar este tipo de vivencias a los vienen después de nosotros.CRIS MANJAVACAS
PROFESORA DE INGLÉS
Agradecimientos a Carmen Pilar Molinero (profesora encargada del Proyecto Erasmus en el IES Julián Zarco)
No hay comentarios:
Publicar un comentario